No voy a negar que todos los clientes bancarios tenemos la obligación de leer los contratos que firmamos. Y que es imprescindible un mínimo de cultura financiera (o mucha) para contratar productos financieros. Pero esto no excusa al banco, al banquero y al bancario de asegurarse de que su cliente sabe lo que está firmando. Un cliente es un tesoro para cualquier empresa que pretenda prosperar, y los bancos son empresas, por mucho que a veces se me antojen más cercanas a las empresas públicas de un régimen totalitario que a las empresas de un sector privado occidental moderno.
¿Mucha gente se siente un tesoro cuando entra en una sucursal? personalmente, salvo por el hecho que mi director sí es un amigo, no. Me siento más bien alguien que molesta, en lugar de un generador de beneficios de mi entidad. Y si aun no me he cambiado al Banco Salvados es porque tengo una hipoteca que me ata.
Leo en este contenido de IC sobre las participaciones preferentes que “…estoy seguro de que la inmensa mayoría fueron advertidos por otros bancos de que era deuda perpetua por definición . Obviaron esos avisos y tiraron para delante cegados por el interés y la posible liquidez en los mercados“. Y se queda tan pancho. El artículo viene a culpar a los ahorradores de invertir en preferentes perpetuas y se posiciona en contra de que el contribuyente acabe pagando esta inversión fallida.
Mira, está claro que cuando uno invierte arriesga a cambio de una rentabilidad esperada. Eso es así si uno sabe que invierte con riesgo. IC puede decir misa, pero yo lo he visto con mis propios ojos cuando estaba en banco y me han llegado muchos casos últimamente de auténticos timso de la estampita bancaria:
“Señor jubilado de 70 u 80 años, le ofrezco un producto tan seguro como los depósitos a plazo fijo, más rentable y podrá recuperar su dinero en cualquier momento“.
IC estará seguro de que “la inmensa mayoría” fue advertido, yo le digo que no me lo creo. Una gran parte de los clientes son incapaces de entender un contrato de participaciones preferentes y han confiado en su director de sucursal, que creían les asesoraba. Es más, diría que la mayoría de directores, si bien escondían que las preferentes son perpetuas, estaban seguros de que las podrían colocar a otros cuando el cliente de su sucursal quisiera vender. Es lo que llamo vender un producto que huele mal esperando que sea Cabrales, por el bien de nuestro cliente.
No se trata, como insinúa IC, de poner dinero de todos para sufragar una mala inversión de los tenedores de preferentes; se trata de obligar a la banca a canjear este producto eterno y complejo por depósitos a plazo fijo normales, que es lo que creía contratar la gran mayoría de ahorradores.
No me cansaré de repetir que el culpable no suele ser el cliente bancario, y menos el ahorrador conservador.