En 2007 se contabilizaron un total de 940 millones de operaciones con tarjetas de crédito, un 423% más que en 2000, según datos del Obserbatorio de Medios de Pago con un importe medio por compra de 66,37 euros. En tanto las tarjetas de crédito se utilizaron un 294% en estos últimos siete años hasta alcanzar los 844 millones de rtansacciones con un coste medio de 47,71 euros. Estos datos sirven para ilustrar el terrible avance del sector en el nuevo milenio, algo que no debe extrañar teniendo en cuenta que cada español acumula una media de cuatro tarjetas en su cartera.
Todos estamos familiarizados con el uso del dinero de plástico, pero ¿realmente sabemos cómo funciona? La respuesta no está tan clara. En primer lugar conviene aclarar que existen dos tipos de tarjetas bancarias: de débito y de crédito. La diferencia es el modo en que se utiliza el dinero. Así, las primeras actúan directamente contra el dinero que el cliente tiene en su cuenta corriente. Es decir, sólo se puede gastar lo que hay en la cuenta bancaria y son las más utilizadas para sacar dinero de los cajeros o realizar pequeñas compras. Las segundas, como su propio nombre indica, sirven para financiar las compras. Su principal característica es que permiten gastar más dinero del disponible en la cuenta hasta un límite fijado por emisor.
Desde el punto de vista de la economía doméstica, el uso de las tarjetas de débito resulta prácticamente inofensivo: no podremos gastar lo que no tenemos y por lo tanto no podremos endeudarnos. No ocurre lo mismo con las tarjetas de crédito que sí nos porporcionana la posibilidad de consumir por encima de nuestras posibilidades. En el fondo, no es más que un instrumento más para endeudarnos. Su funcionamiento básico es el siguiente: la entidad nos ‘presta’ un dinero durante un periodo de tiempo, generalmente a un mes vista, que luego retiran de nuestra cuenta cuando se alcanza ese periodo de liquidación. Si esta cuenta tiene fondos, perfecto, no hay comisiones, pero si sobrepasamos esos fondos o decidimos aplazar el pago, habrá pagar los intereses.
Sin embargo, también existentes diferentes modalidades de amortización. La más habitual es la del 100% del crédito dispuesto a mes vencido. Es decir, se paga todo lo prestado a final de mes. Otra posibilidad es establecer una candidad fija, lo que supone establecer el importe máximo que pagamos cada mes y la última es pagar un porcentaje sobre lo dispuesto. Al final, lo que hay que tener en cuenta es que si nos retrasamos en el pago o si simplemente financiamos una compra habrá que hacer frente a una serie de intereses por el dinero prestado. El desconocimiento por parte de muchos clientes de qué intereses tienen que pagar y qué tipo de comisiones se cobran es uno de los mayores problemas aparejados a contar con una tarjeta de crédito.
Y es que muchas personas utilizan de forma indistinta su tarjeta de crédito y de débito sin tener en cuenta que cada una tiene unos usos específicos. En el caso de las tarjetas de crédito conviene saber que existen una serie de comisiones por emisión y renovación, así como por disposición de efectivo en cajeros automáticos. De la misma forma suelen cobrar una cantidad fija en caso de reclamación y una cuota anual por mantenimiento. Estos costes aparejados hacen que tengamos que realizar un uso cuidadoso de las tarjetas de crédito.
Si bien es conveniente contar por lo menos con una tarjeta de crédito para afrontar algunas operaciones que no se pueden llevar a cabo con las de débito, tampoco es recomendable ir más allá y tener la media de cuatro con las que contamos los españoles. De hecho, los intereses que se paga al banco por el aplazamiento de los pagos son muy altos y en muchos casos las fechas de liquidación demasiado ajustadas a los días de cobro. Es decir, que si por ejemplo se liquidan en los cinco primeros días de mes y surge algún tipo de problema con la nómina, puedes encontrarte en un apuro. En cualquier caso, el mayor problema, como suele ocurrir casi siempre, es contar con un poder adquisitivo mayor al real.