Aunque aún en nuestro país la cultura financiera resulta baja en comparación a otros países del entorno europeo, lo cierto es que en las últimas décadas hemos ido progresando y poco a poco incorporando conceptos mucho más abiertos tanto de la propia economía doméstica como de nuestra relación con las entidades financieras. Uno de estos conceptos es la manera en la que entendemos la opción de cambiar de banco.
No tenemos que echar muy atrás la vista para recordar tiempos en los que la elección de un banco suponía, poco menos, que una decisión capital de unión a una entidad de la que rara vez te separaría a lo largo de tu vida. Cambiar de banco no era una opción habitual ni mucho menos, y había más de cultura familiar continuista que de otra cosa en la elección de las entidades financieras, algo parecido salvando las distancias a lo que ocurre aún en nuestro país, los seguros de decesos.
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Hoy en día esto ha cambiado y cambiar de banco se perciben como una opción abierta, interesante siempre que proporcione mejoras y por supuesto totalmente lícita y válida para cualquier tipo de usuario.
Cambiar de banco
Sin embargo, antes de cambiar de banco conviene hacer algunas reflexiones más allá de los ganchos comerciales y mediáticos que las entidades financieras utilizadas.
Y la primera reflexión tiene que ser necesariamente la que parte de los motivos por los que queremos cambiar de entidad. Detectar esto hará mucho más sencillo detectar la entidad que mejor se adapte a nuestras características, por ejemplo: si queremos huir de un modelo de relación basada en la vinculación con una fuerte obligación de contratación de productos, obviamente huiremos en dirección contraria y buscaremos entidades que exijan menor nivel de vinculación…
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A partir de esto ya podemos empezar a generar un perfil más o menos claro del tipo de banco con el que nos va a convenir relacionarnos.
Ofertas, bonificaciones y promociones
Los ganchos en forma de ofertas, promociones y bonificaciones son evidentemente atractivos, para eso se generan, sin embargo, cambias el entidad bancaria exclusivamente por la atracción una promoción es un asunto delicado.
En este caso debiéramos estudiar muy a fondo el beneficio que la modificación o promoción nos va a ofrecer, la letra pequeña que esta operación puede suponer, el nivel de vinculación que nos va a exigir y compararlo todo ello con la situación que poseamos en la entidad en la que estemos en ese momento.
Otra cosa, y esto si puede ser interesante, es que nos sintamos atraídos por una propuesta concreta de un producto financiero que resulta determinante para nuestra economía doméstica, por ejemplo, una hipoteca contra la que no pueda competir nuestra entidad financiera: esto ocurre perfectamente hoy en día donde aunque el conjunto de las hipotecas han bajado notablemente sus diferenciales, existen diferencias entre propuestas lo suficientemente grandes como para que podamos plantearnos cambio entidad financiera atraídos por un modelo de producto que a largo plazo puede resultar muy interesante para nuestro bolsillo.
Eso sí, como siempre, antes de tomar determinaciones debemos valorar mucho las implicaciones que conllevan. Si seguimos con el mismo ejemplo de hipotecas baratas podemos descubrir como algunas de estas hipotecas poseen tal nivel de vinculación y exigencia de contratación en productos en paralelo que pueden superar los que ya tenemos o deseamos contratar, con lo cual tal vez no resulten tan atractivas.