Incorporar el ahorro para nuestra economía doméstica no es ya una opción, es una obligación. Incluso en plena explosión del consumo hace tan sólo unos pocos años, la gran mayoría de expertos apuntaban a una combinación entre consumo y ahorro priorizando este último por encima del primero. En un contexto como el actual resulta indudable que crear el hábito del ahorro para aquellos que aún no lo poseen es básico.
Y sin embargo, no es sencillo. La gestión de las cuentas domésticas incorporando ahorro sistemático es compleja, sobre todo por lo que nos cuesta en muchos casos darnos cuenta de los gastos no imprescindibles a los que podríamos renunciar en pos de un beneficio mayor.
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Aprender a ahorrar
Mucho se ha hablado sobre cómo poder aprender a ahorrar, se suele asociar con la fuerza de voluntad en lo que renuncia al consumo se refiere, y, aunque hay algo de esto, lo cierto es que tiene también que ver con una planificación previa en la que influyen tres elementos clave:
Activar el ahorro
Este es el elemento primario el que nos hace tomar la decisión de la necesidad de ahorrar. Y probablemente también es el más difícil de los tres. Ahorrar no es un gesto mecánico en la economía doméstica, ni cuando esta va bien ni cuando esta va mal y por tanto ayudar en esta dirección es fundamental.
Lo ideal es que esté activador del ahorro sea el propio convencimiento de la necesidad de ahorrar, es decir, que nos demos cuenta por ejemplo que con nuestra pensión de jubilación va a ser imposible mantener un cierto nivel de vida similar al que podamos tener en el momento. Si esta activación no funciona será necesario buscar algunas más inmediatas, por ejemplo, objetivos definidos como unas futuras vacaciones, cambio de vehículo o similar que podamos asociar con una parte de lo ahorrado.
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Convertir el ahorro en rutina
El mejor ahorro es el sistemático, el que se incorpora de manera natural a nuestras rutinas y no resulta excepcional. Por ello el segundo paso en este camino al ámbito del ahorro, debe ser incorporar estas rutinas de ahorro poco a poco y de manera natural.
No hay que confundirse, las rutinas no sólo consiste en destinar dinero a un sitio u otro, también en ajustar nuestra planificación de gastos y acostumbrarnos a ella, por ejemplo reducir los gastos hormiga poco a poco, acostumbrarse a sustituir costes por otros menores, etcétera.
Tener objetivos
Resulta muy complicado plantearse el ahorro sistemático sin objetivos. Este es un error común en el que caben muchos usuarios. Podemos compararlo por ejemplo con el uso de este deporte, aquel usuario que visualiza la práctica del deporte como un beneficio muy genérico, y que acude a esta práctica más por influencia externa que por convencimiento objetivos, probablemente al cabo de poco tiempo acabará aburrido o, le costará mucho más ponerse en marcha. Sin embargo, aquel que tiene claros los objetivos, los beneficios y las metas que desea alcanzar, tendrá mucho más fácil ponerse en marcha en su práctica deportiva.
En el ahorro pasa exactamente lo mismo: visualizar el ahorro de manera genérica como una necesidad, y, no atribuirle metas, objetivos o deseos concretos puede ser un mal consejero para el ahorro sistemático y desde luego mal compañero de viaje para fomentar el hábito del ahorro en tu economía personal.