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Calcular la rentabilidad real de una inversión

Existen diferentes motivos para llevar a cabo una inversión determinada desde cubrir otras inversiones hasta obtener un regalo determinado pasando incluso por hacer un favor a un amigo (por ejemplo un préstamo personal a intereses muy limitados). Sin embargo, a excepción de este último caso el princiapal móvil para invertir es el de obtener una rentabilidad, es decir, ganar dinero.

La importancia de la planificación

Una de las primeras cosas que todo buen ahorrador debe hacer a la hora de planificar sus inversiones es calcular la rentabilidad que obtentrá o que espera obtener. Y es que mientras en las inversiones de renta fija es relativamente sencillo determinar las ganancias, sobre todo cuando el plazo es fijo, en las de renta variable sólo se puede hacer una estimación.

En un principio, todo inversor debe fijarse un objetivo para sus ahorros. Dicho objetivo debe ser cuantificable, alcanzable y debe comprender un plazo temporal. Algunos ejemplos de objetivos pueden ser:

El primer punto por lo tanto es planificar la inversión, el plazo y el objetivo. En base a esto podremos hacernos una idea de qué tipo de inversión se puede adaptar mejor a nuestras necesidades.

Medir el riesgo

La rentabilidad de una inversión está supeditada al riesgo que se asume. Ambos conceptos están íntimamente ligados y tienen una relación directa: a mayor rentabilidad, mayor riesgo (y viceversa).

Por lo tanto, el siguiente paso es que el propio inversor haga un pequeño autoexamen sobre su perfil de riesgo y qué cantidad máxima está dispuesto a perder. Esta cuestión debe tenerla bajo control.

Las inversiones, todas, todas, tienen riesgo. Incluso al estar en liquidez (es decir, sin realizar inversión alguna) se corre el riesgo de que nuestros ahorros se vean mermados por el efecto de la inflación. A esto se le conoce como “riesgo de inflación”.

Esto también supone un buen punto de partida para marcar un objetivo de rentabilidad. El inversor tratará, como mínimo, superar la inflación.

En el momento que se define el riesgo, se puede determinar el cálculo de una rentabilidad adecuada, acorde a ese nivel de riesgo. Nunca se hace al revés. Primero se calcula el riesgo, después se calcula la rentabilidad.

¿Cómo calculan la rentabilidad los especialistas en gestionar riesgos (Bancos)?

Las entidades financieras están obligadas a informar a los usuarios de los riesgos que asumirán en cada inversión y del rendimiento que obtendrán o que el banco cree que se puede obtener. En el caso de las inversiones variables se suelen utilizar datos de rentabilidades pasadas y una estimación de beneficios, mientras que en las de renta fija a plazo la información es siempre más clara puesto que estos productos está sujetos a unas menores fluctuaciones.

Para informar sobre la rentabilidad de una inversión, Bancos y Cajas de Ahorro recurren a datos como la TIN (tipo de interés nominal) y la TAE (tasa anual equivalente). El problema de estos términos es que no todo el mundo está familiarizado con ellos. Anteriormente ya explicamos que es la TAE y cómo debe utilizarse para comparar productos financieros, sin embargo, esta puede ser no suficiente en muchos casos y lo mismo ocurre con el TIN o TNA (tasa nominal anual).

Calcular la rentabilidad y riesgo (rentabilidad total)

Dependiendo de qué producto financiero se suscriba, la rentabilidad vendrá por diferentes vías. Por ejemplo, si queremos invertir en o bonos, debemos tener en cuenta la rentabilidad que nos ofrecen los dividendos o los intereses respectivamente.

Las inversiones indirectas

Si por el contrario abordamos nuestra inversión a través de fondos, deberemos estar atentos a la evolución del valor liquidativo de nuestras participaciones. Lo mismo sucederá con los planes de pensiones. Aunque ambos productos financieros están obligados a informar al partícipe de su evolución y nos darán el cálculo de la rentabilidad periódicamente y en forma de porcentaje. Para contrastar dicho porcentaje con la subida del IPC, tal y como se ha comentado en el apartado anterior.

Las inversiones directas

Volviendo a las inversiones directas (fondos de inversión se consideran inversiones indirectas). Por una parte tenemos los rendimientos que nos ofrece el activo financiero, bien sea en forma de intereses o bien en forma de dividendos.

Esta rentabilidad es fácil de calcular, puesto que, la renta fija ofrece un interés determinado y predefinido. Y la renta variable (a pesar de ser variable), teniendo presente el precio de compra siempre podremos saber la rentabilidad por dividendo de las acciones (tan sólo se trata de fraccionar los dividendos entre el precio de compra y multiplicarlo por 100 para pasarlo a términos porcentuales).

La rentabilidad de mercado y la rentabilidad total

No obstante, dichos activos también cotizan en un mercado secundario y por consiguiente sus precios se ven sujetos a fluctuaciones, algunas de ellas importantes. De esta forma, la rentabilidad también se mide como el porcentaje de plusvaloración o minusvaloración que han sufrido los activos en los cuales estamos invertidos.

Estos movimientos pueden ser más o menos violentos. La parte positiva es que se pueden medir mediante cálculos estadísticos basados en cotizaciones pasadas. Se trata simplemente de la desviación estándar de los precios con respecto a su media en un período temporal concreto (normalmente un año). A este parámetro se le denomina “volatilidad” y es una medida del riesgo. Pero a su vez de una potencial revalorización del activo.

Teniendo en cuenta la volatilidad, se puede invertir en productos con un mayor o menor riesgo, siempre teniendo presente que la rentabilidad de mercado (las fluctuaciones en los precios) estará también determinada por su potencial violencia en la fluctuación.

Aún así, siempre nos quedará la rentabilidad por dividendo, amortiguando las posibles oscilaciones en nuestra contra y sumando a los movimientos de mercado a nuestro favor. La rentabilidad por diviendo, sumada a la rentabilidad de mercado, se le llama rentabilidad total (total return). Esta rentabilidad es la que ya nos ofrecen en los informes de los fondos de inversión y los planes de pensiones.

La rentabilidad real

La rentabilidad real es la rentabilidad nominal obtenida por una determinada inversión menos la inflación y los costes fiscales. En realidad el concepto de “rentabilidad real” hace referencia a la rentabilidad nominal menos la inflación. El cálculo de los impuestos y su posterior descuento a las plusvalías se conoce como “rentabilidad financiero – fiscal”.

No obstante y a efectos prácticos, podremos tener presentes ambos conceptos. Debido a que a final de cuentas, la rentabilidad obtenida tiene en cuenta el descuento de estas dos partidas.

Lo principal a la hora de calcular la rentabilidad real es tener en cuenta: El riesgo asumido, la inflación, los impuestos.

El problema es que muy pocos inversores tienen en cuanto otros factores que también afectan a los beneficios que se obtendrán, empezando por las implicaciones fiscales, es decir, las retenciones e impuestos a las que está sujeto nuestro rendimiento. La nueva fiscalidad del ahorro ha dejado la tributación de estas inversiones en el 19%, lo que significa que Hacienda se queda con este porcentaje de las ganancias que obtengamos de depósitos financieros, fondos de inversión, acciones…

Así, por ejemplo, si invertimos 1.000 euros durante un año en un depósito a plazo fijo con una rentabilidad del 5% TAE (la más alta según la última clasificación de mejores depósitos a 12 meses) obtendremos una rentabilidad de 50 euros, a la que deberemos descontar el 18% en concepto de impuestos (9 euros), por lo que nuestra ganancia real se reducirá a 41 euros.Todo esto sin contar como afecta la inflación a nuestras inversiones y la forma en la que el capital pierde valor por la subida del IPC y del coste de la vida.