Uno de los mayores quebraderos de cabeza para muchos ahorradores es cómo obtener rentabilidad de su dinero para, por lo menos, superar la inflación. No hay que olvidar que el capital por el que no se obtienen rendimientos pierde valor por el aumento del coste de la vida. Por eso, conviene planificar dónde colocar el capital disponible, es decir, elaborar una cartera de inversión y de patrimonio.
Los primeros pasos para crear una cartera de inversión pasan por establecer una serie de objetivos respecto al rendimiento y horizonte temporal, que pueden traducirse a la siguiente pregunta: ¿Cuánto beneficio desea lograr y en cuanto tiempo?. A esta cuestión hay que sumar la cuestión del capital disponible y por último definir el perfil inversor, que se mide básicamente por el nivel de riesgo que cada persona desea asumir.
La respuesta a estas incógnitas determinará el tipo de cartera de inversión que necesita cada ahorrador. En este caso tendremos en cuenta el perfil del ciudadano medio español: conservador. Y es que en términos generales los españoles sacrifican rendimiento por seguridad a la hora invertir. El horizonte de inversión será a corto plazo (un año). El capital a invertir suele ser el mayor problema, ya que determinados productos financieros exigen una inversión mínima en tanto que otros pueden dejar de ser rentables por las comisiones por debajo de cierto dinero.
Una buena cifra pueden ser 30.000 euros. De hecho, se trata de un capital relativamente modesto desde el punto de vista inversor, aunque también es verdad que no está alcance de todo el mundo. Los diarios Cinco Días y Expansión proponen dos buenos modelos con ejemplos concretos para esta cantidad por lo que desde Opcionis creemos más útil bajar un poco el listón y partir desde los 12.000 euros, dos millones de las antiguas pesetas (sin actualizar el IPC, claro).
Partiendo del limitado conocimiento financiero de la buena parte de los españoles, apostaremos por productos sencillos y que en la mayoría de los casos aseguren el retorno total de la inversión. En un momento de incertidumbre para todo el mercado financiero la mayoría de productos tiene un alto grado de riesgo, incluso los más conservadores. Por eso, lo más recomendable será limitar el porcentaje destinado a la renta variable.
En este sentido, la opción más conservadora pasa por los fondos garantizados, a los que se podría destinar el 20% de la inversión. Si bien es cierto que el mercado de los fondos de inversión está ‘de capa caída’ este tipo de productos aseguran el dinero (o un porcentaje) más una ganancia en función de la revalorización de su cesta de productos. Esta puede ser una buena opción a un año si el activo de referencia es la bolsa. Un 10% se puede destinar a fondepósitos, unos de los fondos de moda que se dedican a invertir generalmente en depósitos de entidades financieras.
Un 20% adicional lo invertiremos en renta fija, por ejemplo en bonos ligados a la inflación. Aunque su rentabilidad es escasa, los depósitos a plazo se llevarán el 25% de la inversión. De esta forma, un 25% del capital se quedará en liquidez (siempre conviene contar con un fondo para imprevistos), aunque también obtendremos rendimiento por este dinero a través de las cuentas corrientes remuneradas, que en plena lucha por captar clientes llegan a ofrecer rentabilidades del 6% durante seis meses y pagan los intereses mes a mes.
Los que deseen asumir sólo un poco más riesgo pueden invertir parte del dinero directamente en bolsa para aprovechar posibles subidas en el plazo de un año. No se trataría de comprar y vender de forma constante sino de crear una cartera con valores más defensivos y seguros (los llamados blue chips) como Santander, BBVA o Telefónica y mantener los títulos hasta obtener la revalorización esperada.