Ya os hemos hablado de las diferencias entre la tarjeta de crédito y débito y aunque a priori es posible pensar que todo el mundo sabe cuál es el funcionamiento de las tarjetas de crédito, la realidad es bien distinta. El usuario medio no sólo no sabe cómo se articula el dinero de plástico, sino que además tiene conceptos equivocados. Las tarjetas de crédito son, en esencia, una herramienta que genera la posibilidad de acceder a un dinero que el cliente no posee en ese momento o que la entidad financiera le adelanta. Es decir, una vía alternativa de incentivar el consumo a través de la creación de deuda.
Pero vayamos por partes, ya que las tarjetas de crédito no son un invento diabólico en sí mismas. Todo depende del uso que se les dé y de las características de la tarjeta en concreto. Existen diferentes tipos de tarjetas de crédito, aunque las más comunes son la tarjeta clásica y las tarjetas revolving, que operan de forma distinta y por lo tanto exigen unas normas de utilización diferentes.
El funcionamiento de las tarjetas clásicas, es decir, la Visa o Mastercard que se pueden encontrar en la cartera de cualquier español operan aplazando el pago de las compras, que generalmente se pagan a mes vencido. Así, cuando una persona hace un gasto no se le carga inmediatamente en su cuenta y se retira ese dinero, sino que se acumula con otros gastos y se ‘pasan’ todos a final de mes o en el momento establecido para el cobro. En el fondo, lo que la entidad financiera hace es adelantar o prestar un dinero durante un mes (o lo que dure el periodo de gracia). Si la cuenta asociada tiene fondos para hacer frente al pago no hay problema, se cobra y todo sigue igual. En caso contrario es cuando pueden aparecer los problemas, ya que es entonces cuando el cliente tiene una deuda con la entidad, que generalmente cobra unos intereses brutales que oscilan entre el 12% y el 20%.
El ‘truco’ de las tarjetas tradicionales consiste en que la línea de crédito que conceden puede incluso doblar el suelo del titular. De esta forma, para alguien que no lleve un estricto control de sus finanzas personales puede ser relativamente sencillo gastar más de la cuenta sin percatarse y ‘formalizar’ así su deuda con la entidad financiera. Además, cuando más tarde en saldarla más intereses se van acumulando en su contra.
Por su parte, las tarjetas revolving llevan varios años operando en el mercado español, pero se han hecho realmente conocidas en los últimos ejercicios. A diferencia de las tarjetas clásicas estas sí que están específicamente pensadas para que el usuario gaste por encima de sus posibilidades. Su funcionamiento es sencillo: permite aplazar el pago a cambio del pago de una cantidad fija al mes. De esta forma, existe una deuda desde el primer momento, ya que el titular no tiene por qué pagar todo lo que consuma, basta con que abone esa cuota fija. El problema radica en los intereses que cobran por ese préstamo y en que existe una cuota mínima que hay que satisfacer todos los meses. En resumen, las tarjetas revolving, parten directamente de la creación de un préstamo al que todos los meses se le van sumando intereses.
Al final, cada tarjeta será útil en una determinada situación. Por ejemplo, el crédito de las tarjetas revolving es habitualmente mayor que el de las clásicas, pero también parte de un gasto fijo al mes en forma de cuota.