Lo cierto es que el fútbol y el dinero son más que compatibles. Las entidades financieras han optado por este deporte como uno de sus instrumentos favoritos para llegar a sus clientes.
Santander ha apostado por patrocinar la Copa Libertadores de América, BBVA la Liga y la segunda división, Banesto se ha embarcado hacia Sudáfrica con la selección española, Banco Espíritu Santo tiene a Cristiano Ronaldo como imagen y Banco Gallego ha escogido a Fernando Torres para patrocinar un depósito.
Es por eso que siempre se ha dicho que los hombres tienen tres pasiones, las mujeres, el fútbol y el dinero. Tal vez, muchos ha dejado de lado la primera de estas debilidades (es cuestión de gustos), pero el equipo de fútbol de nuestros amores, y el dinero parecen no ceder a las tentaciones.
Sin embargo, es interesante preguntarnos, ¿son compatibles ante una misma situación, el futuro de nuestro club y una irresistible suma de billetes? La pregunta será concreta, ¿le importaría que su camiseta descendiera a segunda división por un premio personal?
¿Resistiría ver los sábados jugar a los colores que heredó de su abuelo o de su padre por uno de los 28 viajes al Mundial Sudáfrica en juego, o 20.000 euros al final de la liga, o tal vez mejor, 2 coches 0 Km. o 2.000 euros por jornada?
A priori, la mayoría dirá que la pasión no se vende, pero cuando existe la posibilidad de ganar fabulosos premios, muchos comienzan a dudar, y yo soy de los que se resigna a esa aventura, porque no soportaría semejante “humillación” deportiva.
Estas preguntas vienen a cuenta por ciertas situaciones que me tocan vivir. En Argentina, existe un juego llamado “Gran DT”, que a mi juicio conspira contra el amor a la camiseta. El diario Clarín, el más importante del país, ofrece desde hace años la posibilidad de conformar un equipo con jugadores de diferentes planteles profesionales que suman o restan puntos en función de su rendimiento en cada jornada.
Esto ha producido un especie de desglose entre la pasión y la razón, y ha llevado a uno de los pueblos más futboleros del planeta a estar pendientes de otros encuentros, y a lamentarse o festejar resultados de sus clásicos rivales, olvidando los sentimientos, en favor de un premio.
Desde aquí, levanto la bandera del rechazo, el club de nuestros amores se defiende, se disfruta y se sufre, pero por su propia historia, y no por las aventuras de un juego que no ha hecho más que enfriar las pasiones, esa hermosa sensación que quiero que mi hijo disfrute conmigo cada domingo, porque ese amor incondicional no tiene precio, para el resto, existe una tarjeta que lo puede comprar.