Una de las constantes de la mayoría los libros sobre finanzas personales es ‘la llamada a la acción’. Además, suele ser algo que se repite casi siempre en los primeros capítulos. De una u otra forma los autores apremian a sus lectores a gestionar de forma activa su capital y a hacerlo cuanto antes. El razonamiento suele ser de lo más sencillo: cuanto antes se empieza más dinero se puede acumular para la jubilación.
Y es que buena parte de estos manuales, especialmente los de origen estadounidense, enfocan la gestión financiera hacia dos objetivos: mejorar nuestra salud económica en general y planificar la jubilación, uno de los aspectos donde más deficiencias muestran la mayoría de ahorradores. Evidentemente cuando se trata de trabajar para el retiro y a largo plazo empezar pronto tiene sus ventajas, sobre todo por el efecto del interés compuesto, que hace crecer nuestro capital de forma exponencial.
Así, por ejemplo, una persona que a los 25 años ahorra durante 10 años 100 euros al mes tendrá más a los 65 años que una persona que ahorre esa misma cantidad durante 30 años pero que empiece a los 35. En concreto, suponiendo que sean capaces de obtener una rentabilidad anual del 8% por su dinero el primero tendrá 200.601 euros y el segundo 149.036 euros. La diferencia es significativa y se debe única y exclusivamente al interés compuesto, que de forma resumida consiste simplemente en reinvertir el capital que ganamos de forma que los intereses se generan a partir del capital inicial más las ganancias previas.
Sin embargo, al margen de los posibles beneficios a largo plazo y para la jubilación que se puedan obtener, lo más importante de empezar pronto es que en temas financieros y de inversión la experiencia acumulada cuenta, y mucho. La gestión fiananciera no es algo que se aprenda de la noche a la mañana, sino un proceso en el que se van subiendo escalones. Será más fácil elegir un plan de pensiones o un fondo de inversión si previamente hemos trabajado con estos productos o si antes ya hemos contratado un depósito, una cuenta remunerada… En definitiva, hay que ir cubriendo etapas, probando y aprendiendo de los errores. Esta es la única forma de progresar en materia económica.
El problema reside en que ‘arrancar’ siempre suele ser complicado, y más en un mundo con tantas alternativas como el financiero, donde además no siempre se entiende el funcionamiento del mercado e incluso de cada producto. Pero si nos dejamos atenazar por ese temor a la inversión nunca seremos capaces de tomar las riendas de nuestras finanzas.
Para los más ‘desaliñados’ en términos financieros el comienzo puede consistir en elaborar un presupuesto o contratar un depósito tradicional. El caso es dar el primer paso y en este no hay que obsesionarse por dar con el mejor producto o hacer la elección perfecta. De hecho, lo importante es hacer una buena elección -no pasa nada porque no sea la más rentable o si en dos semanas creemos que habrá mejores ofertas- que active nuestras finanzas y ponga a trabajar nuestro dinero. A partir de ahí, ya será más fácil seguir progresando porque ya nos habremos quitado esa pereza inicial y, además, veremos realmente como nuestro dinero crece o como tenemos un mejor control sobre nuestra vida económica.